viernes, 2 de noviembre de 2007

Ha llegado el otoño


A menudo vivo tan inmersa en mi propio mundo que necesito como referencia las estaciones del año. Los ciclos se van sucediendo sin que tome conciencia y de repente me doy cuenta de que ha llegado la calma del otoño, después de la vorágine del veranito.


Se han acabado las siestas, las tardes llenas de luz, las cañitas, las noches de concierto, los fines de semana repletos de planes... Llegó la calma del otoño, ya los proyectos están en marcha, he organizado los armarios, vuelvo a las cómodas botas, las meditaciones al anochecer, la ducha caliente y el albornoz largo...


En la terraza hay hojas secas y me invade una sensación confortable de serenidad. Con el tiempo he aprendido a disfrutar de la rutina del otoño y de la falta de luz que me volvía irascible en otras épocas de mi vida.


Hoy he salido a pasear por mi ciudad y me ha encantado. Esta ciudad que un día dejé por necesidad de oxígeno, esta ciudad que nunca sentí mía, esta ciudad que me asfixiaba se convirtió por arte de magia y de la distancia en un lugar donde deseo vivir y al que he vuelto por una serie de casualidades, nunca por deseo consciente.


No descarto marcharme, de nuevo por trabajo, y aunque sé que en cualquier lugar donde pueda sentirme libre estaré bien, ahora he comprendido cual es mi sitio y he aprendido a disfrutar de mis rincones de siempre, de mis rutinas y de esta calma...

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