Nuestra vida es una cadena de deseos, la cadena no termina nunca, cada deseo es la respuesta a un deseo anterior, aunque no se cumplan y ninguno de ellos es tan importante para dejar de desear otro posterior.
Es la naturaleza humana, desear y desear más. Sin embargo las religiones a lo largo de toda la historia condenan el deseo y tratan de que sus seguidores renuncien a él.
Pero el mago no se avergüenza de sus deseos, de querer lo mejor, de querer cada vez más, aunque sepa que lo que se quiere hoy, es posible que no resulte suficiente mañana.
El mago intenta averiguar la naturaleza de sus deseos sin juzgarlos, sin lucha, sin afán de posesión, sin apego, sólo los observa, desea plenamente y se olvida de los detalles.
En nuestra sociedad cada vez hay más personas que pretenden llenar sus vacíos interiores a través de las cosas materiales. Las desean, las consiguen y siguen vacías. Tampoco hay ningún problema en desearlas; está bien. El mago las disfruta plenamente pq las deseó con pasión, pero se prepara para no aferrarse a ellas cuando la vida sigue fluyendo y hace que desees otras.
El problema del deseo, dice el mago, no es el deseo mismo sino bloquear y obstaculizar los deseos o sentirse culpable por desearlos.
Debemos aceptar sin juzgar nuestros deseos, la vida no los bloquea, somos nosotros mismos quienes no creemos que nos merecemos lo mejor, todo lo bueno.
En psicología una persona sana puede definirse como aquella cuyos deseos producen felicidad.
Por eso el mago nunca juzga ni reprime sus deseos pq comprende que fue siguiendo a estos como llego a convertirse en mago.